La cantante chilena, estrella de la canción latinoamericana, nos visita por primera vez el martes para presentar su disco “La trenza”.
La Rolling Stone USA la llamó “cantante pop renegada”, quizás por esa fisonomía tan cercana a Amy Winehouse, aunque en realidad su música es una síntesis inexplicable: renegada quizás, pero también fervientemente tierna; seductora cuando conviene, desgarradora cuando lo siente.
Mon Laferte (Norma Monserrat Bustamante Laferte, 35) no es una cantante que se dé a las clasificaciones. Forma parte, más bien, de una camada de cantautoras nacidas del barro latinoamericano y actualizadas con fusiones, fuegos y flores. Como Natalia Lafourcade (México) o Pascuala Ilabaca (también en Chile).
Ella es vegana, antiespecista y feminista. Nació en el Chile pinochetista, saltó al estrellato en un reality que la dejó sin aliento y sin vida privada (y no le gustó), por lo que decidió comenzar de nuevo en México y, en 2007, “run run se fue pa'l norte”. Así recomenzó desde abajo, y lo hizo de bar en bar, para luego vencer un cáncer que, lejos de desanimarla, le dio un nuevo empuje vital que la llevó a todas las radios, que le dio todos los “plays” y así hechizó a millones de personas.
Su reciente lanzamiento, “El beso”, sumó rápidamente 8 millones de reproducciones en YouTube.
Después de esto no es difícil entender por qué Mon, en esta entrevista, querrá dejar en claro una cosa: que ella ama la vida. Ella es Mon. Mon: la fuerte.
Trenzando destinos
Detrás del teléfono suena dispuesta a charlar, aunque quizás un poco cansada: la gira por Argentina recién está empezando y Mendoza es su última parada (el martes en el auditorio Ángel Bustelo). “Nunca he estado allá. Alguna vez quise cruzar la cordillera, pero no se pudo”, recuerda Mon.
“Siento que a través de mi música voy creando personajes por canciones, por discos”, dice, y cree que ese recorrido es lo que aglutina la diversidad de sus temas. No es una cuestión de géneros, sino de aventura creativa. “Claramente, la gente creo que tiene que estar esperando que no va a pasar siempre lo mismo, o que voy a repetir la fórmula”, admite.
-¿Y cuánto de autobiografía hay en lo que cantás?
Creo que mucho, porque la mayoría de las canciones que hago las hago genuinamente. Me ha costado eso de sentarme a componer una canción en específico. Normalmente me salen, porque estoy pasando por algún tipo de situación y entonces encuentro de la nada una melodía, una letra. En los viajes que voy teniendo, sobre todo... A veces también exagero y le pongo de más, o le quito, pero sí hay autobiografía, claro.
-Un poco lo sugeriste, pero querría que explicaras más cuáles son esas obsesiones musicales que tenés.
-Sí, tengo hartas obsesiones musicales. Siempre que termino un disco, termino pensando que tal cosa podría haber sido mejor o que el sonido del bombo o tal instrumento... Y de repente, instrumentos que no me gustaron tanto. Tengo esas cosas, pero también intento disfrutarlo cada vez más. Está el consuelo de que lo que hoy no me gusta en el futuro quizás me va a gustar. Entonces me digo “bueno, ya”, y sigo adelante.
¿Y alguna fobia?
-No siento que tenga fobias. Si algo no me gusta tanto busco intencionalmente elementos para que me termine gustando. No me gusta que no me gusten las cosas (ríe).
Y aunque no lo nombre al principio, su cancionero tiene, bajo la superficie, hondos recuerdos de la infancia. Especialmente de su abuela, de quien tomó el oficio. Dice: “Mi abuela era cantautora también, cantaba boleros y tangos. Ella fue mi ejemplo, yo quise ser como mi abuela. En esa búsqueda le robé un poco el personaje”.
Además del nombre...
-Sí, ¡porque también se llamaba Norma! Claramente, la gente puede escuchar en parte de mi cancionero las cosas que cantaba con ella. Boleros, mucho folclore latinoamericano, Violeta... Y Mercedes Sosa le encantaba. Fue mi maestra en la música.
Mon, la niña, escuchaba con atención lo que le cantaba su abuela mientras la peinaba. La trenza en las manos, y esta letra en la garganta: “Cuando te escucho cantar, yo sé que una estrella serás, la que más va a brillar”.
“La trenza” es una de sus canciones más íntimas y es la que le da el título a su último disco. Allí canta también: “Debes ser libre, salirte de esta mierda”. Y si el destino era salir de ahí, con cuánta felicidad la miraría su abuela hoy.
Ella canta todos los géneros (le falta rapear, admite). Hasta los géneros académicos: cuando cantó junto a Plácido Domingo en un concierto multitudinario en Santiago de Chile, emocionó a todos con su versión de “Gracias a la vida”.
Si hoy mismo hicieras esa canción vos, ¿qué le agradecerías a la vida?
Lo de cantar con Plácido esa canción fue increíble porque no lo habíamos planeado. Él me había invitado a cantar, yo no era parte de esa canción y cuando ya estábamos en la prueba de sonido me dijo: “¡Anímate a cantar con nosotros!”. Y sin ensayo ni nada, me lancé. Me parece que justamente este tipo de cosas le puedo agradecer a la vida: la oportunidad de cantar con artistas como él, de aprender, de poder viajar y llevar mi música... Yo amo mi vida, sabes. Amo vivir. A la vida solo puedo agradecerle la vida.
-¿Cuanto más salís al mundo más te enamorás de América Latina?
-Uff... Yo estoy enamoradísima de América Latina. Me enamoro de todo el mundo, pero más de aquí. ¡Siento que somos tan parecidos! Por ejemplo, ahora estoy en Buenos Aires y me siento tan como si estuviera en Chile, porque se parecen tanto las ciudades y hay tanto lenguaje común, no sé... Amo las ciudades, amo los pueblos, amo la gente, amo la naturaleza, amo a las personas, sean maleducados y todo.
-Le perdonás los errores a la humanidad.
-Sí, la verdad que sí. Amo la vida.
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