En toda religión, creer en lo que promulgan las “sagradas escrituras” es sin duda un acto de fe. En el relato conocido más antiguo de la Biblia, el de Adán y Eva, se presentó una equivocación que va más allá de cualquier creencia. Nunca hubo una manzana como “fruto prohibido”, se trató de un error en la traducción.
Para tratar de comprender esta situación necesitamos devolvernos muchos siglos en el tiempo, pero antes, vamos a recordar lo que mencionan la Biblia y el Corán, dos de los libros más leídos en la historia.
El Jardín del Edén
De acuerdo a la fe de judíos, cristianos y musulmanes, los primeros seres humanos que poblaron la tierra fueron Adán y Eva. Lo que para la comunidad científica fue una mujer africana (Eva mitocondrial) y su homólogo (Adán cromosomal-Y), este conjunto de libros lo ha resumido de manera simple para las grandes masas: aparecieron un día y fueron los primeros, sin explicar detalles.
Los escritos narran que el primero en ser creado fue Adán, y que Dios, al ver la soledad del pobre hombre, determinó concederle una compañera que surgiría de una costilla (no se conoce tampoco la clase de técnica). Hoy esa historia no tendría una salida editorial, pero en aquellos tiempos era distinto. Según la Biblia, la historia del Jardín del Edén inicia en el libro del Génesis (versículo 21 del capítulo 1).
Colocar desafíos a sus “hijos” era (o es) del agrado del Dios de la Biblia, por lo que decidió poner a prueba la lealtad y obediencia de Adán y Eva. ¿Cómo? Les dijo que se alimentaran de todos los frutos de los árboles del Paraíso menos de uno, el cual los llevaría a la muerte si comían de él.
Es aquí donde surge un personaje complementario, una serpiente parlante representando la maldad para tentar y engañar a Eva, quien termina probando aquel fruto prohibido: la manzana. Enseguida Eva le ofrece el fruto a Adán, y como consecuencia de las dos decisiones, ambos terminan siendo expulsados del Paraíso, acción conocida como el pecado original en la religión cristiana.
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